ESCRITURA E INSCRIPCIÓN

 

La escritura es el medio de comunicación humana que representa el lenguaje a partir de un uso convencional de signos gráficos. La escritura es así, en abstracto, un proceso semiótico que involucra una superficie sobre la que se hace una inscripción; sin embargo, esta definición convencional ha sido disputada por el pensador Vilém Flusser (1994), para quien la escritrua empieza en el momento mismo que se da el gesto de inscripción, un gesto que supone escarbar más que superponer. En este sentido, escritura e inscripción son dos conceptos hermanados, pero distintos. Mientras que el primero es más amplio y permite incluir otros tipos de procedimientos, el segundo es de carácter histórico y más acotado a la dimensión tecnológica más que semiótica.

Desde la escritura cuneiforme en tabletas de arcilla de las antiguas civilizaciones en Medio Oriente hasta la escritura digital mediante códigos binarios utilizada hoy en día, la escritura implica el uso de trazos codificados cuya huella, en un sentido amplio, permanece en el tiempo para que pueda ser descifrada por otros. Según los procesos de desmaterialización de la escritura, la inscripción pasa de ser un fenómeno físico a una metáfora.

El hecho de que la escritura sea tanto un medio como una práctica social ha permitido que su historia se examine desde distintas perspectivas. Una de las más habituales consiste en estudiar la escritura desde su materialidad. Bajo esta perspectiva, Christina Haas ha descrito la escritura como "lenguaje convertido en materialidad", pues en ella convergen el mundo físico de las herramientas y los artefactos en su intersección con el mundo simbólico del lenguaje (Haas 2013, 44). A lo largo de miles de años, el hombre se ha servido para la escritura de herramientas como varitas de madera sobre la arena, punzones sobre la cera, pluma sobre el pergamino o el papel, o aun el dedo sobre la pantalla táctil de un celular, por mencionar algunos ejemplos. Otras tecnologías como el uso de la máquina de escribir, el procesador de texto, el gramófono y la película fotográfica o de cine también tocan el terreno de la inscripción (Kittler 2006, 3). Por tanto, siguiendo a Paul Ricœur, este concepto designa en términos generales "el sentido preciso de fijación de las expresiones orales del discurso en un soporte material" (Ricœur 2013, 190).

La cuestión de la escritura se ha abordado incluso desde diversos marcos disciplinares: a) el filosófico, que se centra en la cuestión de cómo ésta, en tanto tecnología, se relaciona con el conocimiento y el poder (desde Platón [2014] hasta Derrida [1986]); b) el historiográfico, que se enfoca en la relación entre la oralidad y la escritura, y se centra en el análisis de los distintos tipos de escritura que han existido, así como en la evolución de estos sistemas (Havelock 1994; Liu, 2010; Ong 2016; Kilpatrick 2003); c) el semiótico, que pone la atención en la concepción verbal, visual y espacial de los signos para crear significados (Saussure 2009; Peirce 1940; McLuhan y Fiore 1988; Harris 1999) y d) la relación entre la escritura y la tecnología, que abre preguntas referentes a los medios de (re)producción masiva de la escritura y el habla a partir de técnicas y aparatos como la escritura manual, la imprenta, los registros electromagnéticos (shellac y acetatos), la prensa industrial y la escritura digital y posdigital (Eisenstein 1994; Kittler 2006; Flusser 1994).

La escritura está hecha a partir de componentes tanto visuales como verbales: las palabras escritas están destinadas a ser vistas y vocalizadas en el acto de lectura, como apunta W. J. T. Mitchell (2010, 47). Según este autor, el aspecto aural depende del visual, sin importar si se trata de sistemas de escritura que están compuestos de símbolos que a su vez aluden a una palabra o un concepto —los ideogramas—, o si se trata de escritura pictográfica o alfabética —en la que los símbolos representan letras que componen palabras. Esto permite reconfigurar uno de los grandes lugares comunes de la historia de la escritura, que suponía que las escrituras alfabéticas eran más sofisticadas que las pictográficas.

Haciendo un falso nexo entre escritura y "civilización", la historiografía de la escritura se centraba sobre todo en hallazgos arqueológicos de evidencia material (piedras y tabletas inscritas en sitios de excavación en Mesopotamia, Grecia y Roma, por poner un ejemplo) pero ignoraba otras formas de escritura en soportes efímeros como los textiles (piénsese en los quipus peruanos), la escritura corporal o sobre la tierra, como los llamados geoglifos, que consisten en figuras dibujadas sobre planicies o laderas usando elementos del terreno.

Querer abordar la historia de la escritura mediante una línea del tiempo que va de los jeroglíficos a los pictogramas y de ahí a la escritura alfabética representa un obstáculo para entender las relaciones entre la escritura, la visualidad y el lenguaje. La etimología de la palabra "jeroglifo", formada por las raíces griegas hieros (ἱερός, sagrado) y glyphein (γλύφειν, excavar, grabar) remite al carácter sagrado que tenía la escritura. Por medio de la "alfabetización" escritural, la preservación de la memoria era tarea de unos cuantos iniciados: sacerdotes, miembros de la realeza y escribas.

En sus variadas formas, la escritura ha sido sujeto de interés de artistas y escritores de numerosas épocas y culturas. En el siglo XX, ésta, como forma de inscripción, interesó a artistas que la emplearon para reflexionar sobre el lenguaje y la comunicación a partir de los medios permitidos por los avances tecnológicos de la imprenta y el diseño gráfico. Las vanguardias —el Futurismo, el Dadá y el Letrismo, en particular— utilizaron la escritura como medio para reflexionar sobre los códigos lingüísticos y las estructuras sociales, políticas y culturales. Obras como Le Soir, couchée dans son lit, elle relisait la lettre de son artilleur au front (publicada como Morbidezze in agguato en 1917 y luego reproducida con el título en francés en 1919), del futurista italiano Filippo Tommaso Marinetti (1876-1944) alentaron un uso revolucionario de la escritura como medio de expresión gráfica que reflejara el dinamismo de la modernidad: alterando el orden de lectura tradicional en Occidente (de izquierda a derecha) así como el tamaño de las letras, incluyendo imágenes, y mezclando escritura a máquina con la propia caligrafía.

En parte como herencia de las vanguardias europeas (en particular del Expresionismo y del Dadá), pero bajo la nueva estética del pop, artistas como Jasper Johns (1930- ) continuaron experimentando con la visualidad de la escritura, como se puede ver en sus Gray Alphabets (1956). Otro ejemplo es la obra del pintor estadounidense Edwin Parker alias "Cy" Twombly (1928-2011), que alude a los gestos de la escritura y al aprendizaje de métodos caligráficos como en Nota 1 (1967), o la del israelita Jacob El Hanami (1947- ), quien desde la década de 1970 ha hecho dibujos elaborados con pluma y tinta que reinterpretan la tradición micrográfica judía, como puede verse en su Shir-Hashirim (1978).

En América Latina, la obra constructivista del uruguayo Joaquín Torres García (1874-1949) representa uno de los ejemplos más interesantes. Torres García se apropió de la escritura en sus primeras pinturas para representar un encuentro con la ciudad y con el espacio público a partir de la introducción de elementos como el tiempo, los números y las letras en collages como El descubrimiento de sí mismo (1917) y Hoy (1919). Más tarde trabajó con símbolos universales (peces, barcos, soles, lunas) haciendo una especie de escritura simbólica. Otros ejemplos latinoamericanos de trabajo con la escritura en el cruce con las artes visuales son, en Argentina, los cuadernos de Mirtha Dermisache (1940-2012), y en México, el Poema plástico (1953) de Mathias Goeritz (1915-1990), las cartas a Fritz Lang y a Joseph Conrad en la serie Correspondencias (2009) de Vicente Rojo (1930- 2021). En la actualidad, algunos artistas que siguen trabajando con la escritura la han explorando en lo digital y posdigital, así como materialidades residuales que adquieren una segunda vida artística. Entre ellos pueden mencionarse los anuncios LED de Jenny Holzer (1950- ) y los bordados de Tracey Emin (1963- ), entre otros.

Tecnologías de la escritura

Frente al lenguaje oral, que ha sido siempre la forma privilegiada de comunicación humana, las tecnologías de la escritura permiten fijar el conocimiento en la memoria cultural de las sociedades, así como el desarrollo de capacidades analíticas, críticas y creativas. Se ha demostrado que las tecnologías de la escritura inciden cognitivamente en el desarrollo de estas capacidades, aunque no siempre está claro si las innovaciones tecnológicas en la escritura trajeron consigo las transformaciones sociales o si las nuevas necesidades sociales son las que precipitan los cambios tecnológicos.

La historia de las tecnologías de la escritura está determinada por varios factores, como la competividad en el mercado entre distintos desarrollos científicos en determinado momento histórico, su portabilidad, la resistencia o aceptación de la sociedad, su refinamiento y su uso. Es necesario dejar de lado el determinismo que implica que las tecnologías de la escritura "evolucionan": muchas de éstas —como el stylus o punzón, antecedente de la pluma, o la misma imprenta— han sufrido relativamente pocos cambios desde su aparición hasta la actualidad. Pese al uso cada vez mayor de las computadoras, es difícil imaginar que estas lleguen a reemplazar completamente a la pluma y el papel.

A este respecto, Christina Haas menciona que los usuarios distinguen entre las ventajas de una y otra, incluso cuando a veces no es del todo evidente que hay una elección de una sobre otra: el hecho mismo de escribir sobre una libreta en forma de códice implica una preferencia sobre otras herramientas que fueron utilizadas en momentos anteriores de la historia, como el punzón sobre una tableta de arcilla (Haas 2013). También N. Katherine Hayles habla no de relevo sino de coexistencia de medios y tecnologías (Hayles 2002; véanse medio y remediaciones).

La historia de las tecnologías de la escritura busca entender de qué forma éstas constriñen y permiten ciertos actos de la mente, por un lado, mientras que, por otro, indagan en cómo las culturas producen, se adaptan y son afectadas por los cambios tencológicos. Para fines prácticos, es posible agrupar el desarrollo de éstas en tres grandes bloques: tecnologías manuales, tecnologías mecánicas y tecnologías electrónicas o digitales.

En cuanto a la primera, vale mencionar que en un inicio fue posiblemente el dedo humano sumergido en sangre o en jugos vegetales utilizado contra la superficie de una roca en las cavernas o sobre la arena. Los primeros registros portables pueden datarse hace 5000 u 8000 años en Mesopotamia, China y Egipto, en grabados, pinturas o estampados sobre distintos materiales que contemplaban su permanencia. El papiro fue uno de estos, confeccionado a partir de una hierba acuática muy común en el río Nilo y en algunos lugares de la cuenca mediterránea. Se exportó en rollos a otros pueblos, como Grecia y Roma, en los que era apreciado por su ligereza y su utilidad. Sin embargo, al ser un soporte vegetal, el papiro tenía la desventaja de su fragilidad y poca durabilidad, lo que explica que sean relativamente escasos los documentos en papiro que han sobrevivido hasta el día de hoy.

El hecho de que el papiro fuera un monopolio egipcio, además de presentarse como relativamente efímero, alentó a las civilizaciones griega y romana a buscar alternativas, como el pergamino, que podía enrollarse y ser reutilizado, lo que permitió que se convirtiera en el soporte preferido de la Antigüedad y la Edad Media. En el siglo VII, el papel, que había sido mantenido como un secreto por las élites de la antigua China, empezó a popularizarse primero en los países cercanos, Corea y Japón. Llegó a Europa por vía del comercio árabe y prácticamente destituyó al pergamino.

Existen otras tecnologías manuales que surgieron al margen de la tradición Occidental de las formas de escritura. Un ejemplo son los quipus desarrollados en la región andina y usados por los Incas, que consisten en una serie de hilos y nudos que llevan un registro de las transacciones comerciales y cuentas del reino, y al mismo tiempo se relacionan con códigos mnemónicos que cifran aspectos históricos o religiosos. En otros lugares de Latinoamérica, en el Caribe, se presume que también hubo formas de escritura —corporal, o en cortezas de árboles— pero que no sobrevivieron a la conquista, en la que se perdió también una gran cantidad de "libros" y códices de diversas culturas, como las de la región que ahora abarca México.

Así como fueron evolucionando los soportes de la escritura, el stylus también sufrió cambios a lo largo de su historia: al mismo tiempo de ser un simple punzón para escribir en la arcilla, adquirió paulatinamente mejoras, como cañas talladas o cortes para retener tinta. Alrededor del año 500 d.C. se descubrió que podían usarse para este fin las plumas de las aves. En el siglo XVIII el diseño de la pluma de ave se trasladó a artefactos metálicos que permitieron una mayor durabilidad. En 1883 el inventor Lewis Edson Waterman desarrolló la primera pluma fuente y unos años más tarde se inventó el bolígrafo, que orginalmente sólo servía para hacer marcas en superficies rugosas. Fue hasta la década de 1950 cuando se popularizó el bolígrafo gracias al francés Marcel Bich, quien introdujo al mercado lo que hoy conocemos como pluma Bic en 1950 (Gabrial 2001, 25).

Por su parte, el lápiz —una tecnología que permite tanto escribir como borrar— empezó su historia en épocas más o menos paralelas a la pluma de metal. Y esto también gracias a que en el siglo XVIII las minas de grafito se volvieron más seguras, ya que antes el plomo era el ingrediente principal de las preparaciones. Es interesante notar que la introducción del lápiz en el entorno escolar no siempre fue bien recibida: una visión conservadora de las tecnologías de escritura privilegió durante largo tiempo la pluma por ser indeleble, pues así los errores no podían "borrarse" para falsificar respuestas en pruebas y exámenes.

Dentro del grupo de las tecnologías manuales debe mencionarse la xilografía como tecnología de impresión, que es el antecedente directo de la imprenta moderna y de la aparición de la publicación en masa. Este invento, que se atribuye también a los chinos, consiste en grabar bloques de madera, entintarlos y transferir la imagen a un soporte como el papel. Esta técnica sirvió para la elaboración de ilustraciones capitulares, así como para la de otros productos impresos como pliegos sueltos, carteles y barajas de juegos.

En cuanto a las tecnologías mecánicas, éstas surgen como respuesta al principal problema que ofrecen las tecnologías manuales; es decir, como solución a la dificultad de re-producir la escritura en una escala masiva. Aunque algunas alternativas se produjeran en los scriptoria medievales, lugares en los que los escribas producían copias de textos, estas distaban de ser eficientes y baratas. La imprenta de Johannes Gutenberg en el siglo XIV revolucionó las prácticas globales al ofrecer una tecnología que permitía tener caracteres individuales reutilizables (los llamados tipos móviles), organizables de manera homogénera en una "caja", cuya composición a nivel de página además permitía imprimir varias veces el mismo texto.

La aparición del libro impreso en el siglo XV se considera uno de los cambios más importantes que ha sufrido la humanidad (Eisenstein 1994; Febvre y Martin 2005), pues trajo consigo el crecimiento de las clases letradas. De hecho, puede decirse que la imprenta es una tecnología tan perfecta que tardó varios siglos en renovarse: la impresión offset, la fotocopia y la impresión digital son inventos del siglo XX.

En cuanto a las herramientas de escritura, la tecnología mecánica más importante fue la máquina de escribir, conocida inicialmente como "tipógrafo", invento que data de la primera mitad del siglo XIX. Conforme su uso se fue incrementando, las máquinas de escribir pasaron a formar parte de los objetos cotidianos. Esto permitió un impresionante avance en la era de la información y precipitó grandes cambios sociales entre el siglo XIX y XX.

Las tecnologías eléctricas y electrónicas tienen una historia que no ha terminado de escribirse. Los desarrollos tecnológicos y científicos permitieron que apareciera el primer telégrafo en 1843, invento de Charles Wheatstone y William Cooke. Un intento por sistematizar los impulsos eléctricos en un lenguaje universal fue desarrollado por Samuel Morse, inaugurando la época moderna de las telecomunicaciones. Otros inventos que ahora son considerados como los antecedentes de computadora moderna son la máquina facsímil de Alexander Bain (1843), la máquina de escribir eléctrica y el mimeógrafo (1887) de Thomas Alva Edison, y la xerografía o fotocopiadora (1959).

Es importante mencionar que las primeras computadoras, como la eniac de la Universidad de Pennsylvania, no fueron digitales, sino electrónicas. Tecnologías como el random access memory (memoria RAM) y los transistores de estado sólido permitieron que las computadoras se hicieran cada vez más pequeñas y baratas de producir. Estos desarrollos posibilitaron la aparición de computadoras personales. Aunque la finalidad aquí no es ahondar en las políticas de lo digital, es imposible no mencionar el papel que ha desempeñado el internet en el desarrollo de las tecnologías de escritura y almacenamiento de datos.

Si bien es cierto que en la historia de las tecnologías de la escritura comunmente se habla de que unas "reemplazan" a otras (como lo hizo en su momento el papel al pergamino), es importante tener en mente que estos cambios nunca son lineales, y que en ciertos momentos conviven varias tecnologías a la vez, como puede reconocerse actualmente, cuando recurrimos de igual forma a la pluma y al papel que a los dispositivos electrónicos. Aunque ninguna tecnología de la escritura tiene asegurada su permanencia, es difícil pensar que algunas tan eficientes como la imprenta o el simple lápiz contra el papel vayan a desaparecer en un futuro cercano. Incluso cuando en la época contemporánea conviven con tecnologías tan sofisticadas como los teléfonos multifuncionales o smartphones estas tecnologías se afirman en el presente por la simpleza de su diseño, su eficiencia y sus bajos costos de producción, lo que les asegura un acceso más democrático que a sus versiones digitales.

La velocidad con la que han ido cambiando las tecnologías ha generado la necesidad de crear centros de investigación como "laboratorios" de arqueologías de medios. Un ejemplo de esto es el Media Archeaology Lab, fundado por Lori Emerson, en la Universidad de Colorado Boulder en 2009. Este laboratorio está vinculado no sólo al estudio no de las máquinas, sino también al estudio de las formas de escritura que llevaron a cierto tipo de obras literarias debido a las tecnologías mismas. Este tipo de experimentos hacen evidente que las relaciones entre la creatividad literaria y el desarrollo de la literatura como forma de escritura, por un lado, y el desarrollo de la tecnología, por el otro, son vías que corren paralelas y que se contagian mutuamente: mientras que hay ciertas tecnologías que permiten la aparición de formas literarias, el desarrollo mismo de la literatura —y su vinculación con otros medios y otras artes— abre las vías la experimentación en distintas tecnologías.

Ejemplos

La obra Composición simétrica universal (1931) del arquitecto y artista plástico Joaquín Torres García (1874-1949) emplea pictogramas y motivos que devienen signos, como el pez (la naturaleza), el triángulo (la razón), el corazón (el afecto), la brújula (el espacio), y los atributos del tiempo (reloj y almanaque). Sus símbolos son permanentes y fáciles de decodificar y suelen estar inscritos en cajas gráficas donde reina la proporción áurea. En su obra, Torres García recupera además formas de escritura no alfabética para mostrar la universalidad de los signos.

El Poema plástico (1953), del también arquitecto y artista plástico alemán radicado en México Mathias Goeritz (1915-1990), nació en el contexto de la construcción del museo El Eco, que se inspiró en el Cabaret Voltaire suizo de filiación Dadá de principios del siglo XX, como un espacio dedicado al arte experimental. En uno de sus muros, pintado de amarillo, Goertiz colocó las letras metálicas de su poema: letras abstractas, ilegibles, cercanas a los códigos cifrados de los graffitis callejeros, sólo que de dimensiones más pequeñas y en un solo color: negro. Formalmente parecen escritura, aunque queda la duda sobre su legibilidad, sobre todo porque no son evidentes las claves para entender esos signos. No obstante, el poema de Goeritz mantiene algunas características formales de la poesía: versos, estrofas, e incluso rimas, si observamos las terminaciones de los versos. Según una investigación realizada en 2018, recientemente publicada por un equipo de la Facultad de Arquitectura de la UNAM (Santoyo García Galiano y Mahmoud, 2018), el poema sí es escritura descifrable, explicando el método y los versos, que son una burla contra el medio artístico de su tiempo. En otras obras posteriores Goeritz trabaja, bajo una estética concretista, con el diseño de las letras de palabras y su puesta en página, o de nuevo en muros, como en su serie monocromática de Oro (1965), o en el poema mural Pocos cocodrilos locos (1967).

La obra de Mirtha Dermisache (1940-2012) permite repensar la relación entre la escritura y la visualidad. Es deudora de los conceptualismos latinoamericanos que se vincularon con el activismo político de los años sesenta, por un lado, pero también de la gran proliferación de libros de artista que fueron parte de la experimentación formal que emprendieron artistas como ella. Dermisache realizó sus primeros dos libros en 1967. Aunque se trata de libros en apariencia "normales", la escritura de Dermisache es ilegible. Responde a las características formales de una página escrita, pues hay una caja de texto, "títulos", "sangrías", "párrafos", "líneas" y "palabras". Es una escritura que no puede leerse porque no se trata, en esencia, de escritura, sino de trazos, notaciones y formas gráficas que tampoco terminan de acercarse propiamente al arte. Precisamente lo interesante de la obra de Dermisache es que no pretendía situarse en la dimensión de las artes visuales, sino que al manetener la estructura del libro cuestionaba no sólo el sistema de escritura, sino también el sistema de edición y distribución de los libros. En una de sus piezas más famosas, Dermisache trabajó sobre los formatos de los periódicos y revistas, como en Diario nº1. Año 1 (1972), que remite a las problemáticas de la comunicación escrita, pero también aborda el tema de la construcción histórica de la página como espacio visuográfico, es decir, como una zona gráfica que comunica contenidos antes incluso de que se "vacíe" la escritura en ella. Por la zona visual que ocupa la escritura, dispuesta en columnas, sabemos que se trata de un diario, incluso cuando no podemos "leer" propiamente su contenido.

La obra Tarea nº 1. Escribir el prefacio al Pabellón de Orquídeas mil veces es quizás la más conocida del artista chino Qiu Zhijie (1969- ). Consiste en la documentación fotográfica del proceso que llevó el artista durante cinco años (1990-95), en los que copió repetidamente el prefacio al Pabellón de Orquídeas, obra escrita por Wang Xizhi uno de los calígrafos chinos más distinguidos. El modelo original a menudo es copiado por los calígrafos chinos como ejercicio para perfeccionar este arte. En esta pieza, Qiu trabajó repetidamente en una interpretación libre del original, sobreescribiendo sus propios trazos hasta que el papel se fue saturando de tinta. Al poner más importancia en la escritura que en el contenido de lo escrito, el trabajo de Qiu se convierte en una meditación sobre el proceso mismo de la escritura caligráfica.

Correspondencias (2009) de Vicente Rojo (1932-2021) es el título de una exposición en la que el autor compuso cartas pictóricas dirigidas a escritores como Joseph Conrad y Robert Walser, al cineasta Fritz Lang, a Gutenberg y al músico Silvestre Revueltas. Trabajadas en gran formato, estas cartas imitan ciertos aspectos de la obra de los personajes referidos a partir de texturas, colores y formas y si bien no todas utilizan elementos reconocibles como grafías, al denominarlas cartas y mantener la puesta en página semejante a la de páginas escritas, provoca una reflexión sobre la naturaleza visual de la escritura, no como la representación de la voz, sino como un complejo sistema de signos dirigidos a los sentidos.

La vida en los pliegues (2017) de Carlos Amorales (1970- ) consiste en un alfabeto de ocarinas colocadas sobre mesas, formando un poema basado en una novela de Henri Michaux, que en sí mismo configura un relato. Dentro de la muestra Gravedad (2016), esta tipografía encriptada e ilegible de Amorales se exhibió en distintos espacios públicos, como el centro cultural de Casa del Lago en el seno del Parque de Chapultepec en la Ciudad de México, incluyendo los letreros que daban a la gran avenida Paseo de la Reforma y los boletines de prensa. Usando las ocarinas de La vida en los pliegues, el ensamble Liminar elaboró además un performance / concierto a partir de la musicalización de esta pieza, gracias a lo cual ésta se expandió en nuevas dimensiones y hacia otras interpretaciones de esa escritura.

Referencias citadas

Derrida, Jacques. 1986. De la gramatología. Traducido por Óscar Del Barco, Conrado Ceretti, y Ricardo Potschart. México: Siglo XXI.

Eisenstein, Elizabeth. 1994. La revolución de la imprenta en la Edad Moderna europea. Traducido por Fernando Bouza. Madrid: Akal.

Febvre, Lucien y Henri-Jean Martin. 2005. La aparición del libro. Traducido por Agustín Millares Carlo. Libros sobre libros. Mexico: Fondo de Cultura Económica; Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Flusser, Vilém. 1994. Los gestos: fenomenología y comunicación. Traducido por Claudio Gancho. Barcelona: Herder.

Gabrial, Brian. 2009. "History of Writing Technologies". En Handbook of Research on Writing: History, Society, School, Individual, Text, editado por Charles Bazerman, 27–40. New York: Routledge.

Haas, Christina. 2013. Writing Technology. Studies on the Materiality of Literacy. London: Routledge.

Harris, Roy. 1999. Signos de escritura. Traducido por Patricia Wilson. Barcelona: Gedisa. Havelock, Eric A. 1994. Prefacio a Platón. Traducido por Ramón Buenaventura. Madrid: Visor. Hayles, N. Katherine. 2002. Writing Machines. Cambridge: The MIT Press.

Kilpatrick, Elisabeth. 2003. "Writing". The Chicago School of Media Theory. 2003. https://lucian.uchicago.edu/blogs/mediatheory/keywords/writing/.

Kittler, Friedrich A. 2006. Gramophone, Film, Typewriter. Stanford: Stanford University Press.

Liu, Lydia H. 2010. "Writing". En Critical Terms for Media Studies, editado por W. J. T. Mitchell y Mark B. N. Hansen, 310–25. Chicago: University of Chicago Press.

McLuhan, Marshall y Quentin Fiore. 1988. El medio es el masaje. Un inventario de efectos. Traducido por León Mirlas. Barcelona: Paidós.

Mitchell, W. J. T. 2010. "Image". En Critical Terms for Media Studies, editado por W. J. T. Mitchell y Mark B. N. Hansen, 35–47. Chicago: University of Chicago Press.

Ong, Walter J. 2016. Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. Traducido por Angélica Scherp. México: Fondo de Cultura Económica.

Peirce, Charles Sanders. 1940. "Logic as Semiotic: The Theory of Signs". En The Philosophy of Peirce. Selected Writings, editado por Justus Buchler, 98–119. New York: Routledge.

Platón. 2014. Fedro. Traducido por Emilio Lledó. Madrid: Gredos.

Santoyo García Galiano, Julián, Laila Carmen Mahmoud Makki Hornedo y Miguel Ángel Santoyo García Galiano. 2018. "Interpretación del Poema Plástico de Mathias Goeritz (1953)". Academia XXII 9 (17): 66–96. http://dx.doi.org/10.22201/fa.2007252Xp.2018.17.64881.

Saussure, Ferdinand de. 2009. Curso de lingüísitica general. Madrid: Akal.

Copyright © UNAM Todos los derechos reservados | Plantilla creada por Colorlib | Diseño TripleG